viernes, 11 de septiembre de 2015

Sonrisa


Ahí estaba de nuevo en su lugar preferido, justo a la sombra del gigantesco flamboyán que se alzaba imponente en el centro del parque de la colonia. Su nombre era Alitzel, maya para "niña sonriente". Ella misma lo había contado el primer día de clases, en primero de primaria, cuando la profesora preguntó el significado de su inusual nombre. Era también probablemente el nombre más inadecuado que le podrían haber puesto sus padres; en los 9 años que llevábamos compartiendo salón no recordaba haberla visto sonreír una sola vez. Su apellido era una incógnita, pues ella explícitamente le pedía a los profesores que no lo mencionaran. Parecía que estaba leyendo un libro, refugiándose del despiadado sol de medio día bajo el frondoso árbol. Esa era la única cosa que sabía de Alitzel, que le encantaba leer.

Lleno de envidia, la observé durante algunos minutos al mismo tiempo que acababa de pintar la reja del zaguán de la casa, casi en automático, aunque no fue demasiado tiempo pues el calor no tardó en regresarme a la realidad. Un calor seco, inclemente, despiadado. Le di un sorbo a mi botella de agua, aunque en ese momento bien podría haber sido una sopa sumamente insípida, a juzgar por la temperatura. Aún así la bebí hasta no dejar una gota; hacía ya 2 meses que no llovía y el agua se había convertido en un bien extremadamente preciado en el pueblo.

Incansable, seguí recorriendo todos los rincones de la reja con la brocha y avanzando, tal vez más lento que seguro, pero avanzando al fin. O cuando menos así fue hasta que llegué a los últimos 2 metros de la reja y me percaté que el bote de pintura estaba completamente vacío. Dejé las cosas desparramadas frente al zaguán y me dirigí a la tlapalería de Don Rutilio.

Crucé por el parque ya que era la ruta más sombreada de todas, aunque a las 12 del día y con un cielo completamente despejado poco iba a servir. Caminé parsimonioso, tratando de prolongar mi descanso lo más posible mientras veía las ya moribundas y sedientas plantas del parque. La única planta que se veía como debía era el titánico flamboyán: el vaivén de sus flores rojo anaranjadas al compás del muy escaso viento que corría por sus ramas daba la impresión de que el árbol estaba siendo consumido por un fuego inusualmente afable. Justo cuando caminaba junto al árbol, me apresuré a lanzar una mirada furtiva a la chica que leía a su sombra. Era tal su concentración que bien podrían haber sonado las trompetas que anunciaban el apocalipsis en ese preciso momento y en ese preciso lugar y ella no habría osado apartar su mirada de "El Principito" ni por un solo segundo. Me tomé un momento para envidiarla un poco más y proseguí mi camino a la tlapalería.

Llegué sin mayor problema a esta y saludé a Don Rutilio. Este me devolvió un desganado gesto con la mano que ni siquiera se podría haber catalogado como un saludo. Le pedí un bote pequeño de pintura azul y este me informó que solo había botes grande, así que tenía dos opciones: regresar a casa con las manos vacías y dejar la reja a medio pintar o llevar un bote excesivamente grande de pintura pero acabando el trabajo al fin. El pensamiento de regresar sin nada después de tan apoteósica caminata me pareció inaceptable, así que le pedí el bote de pintura a Don Rutilio y resultó que este no estaba mintiendo: el bote era descomunal. Tambaleándome logré sacar el bote de la tlapalería y así lo llevé a lo largo de las calles, donde seguramente me convertí en un espectáculo bastante peculiar para los transeúntes.

Llegué al parque y cuando alcancé el flamboyán mis brazos ya no aguantaban  más, así que dejé el bote a un lado del camino y me tiré exhausto a la sombra del árbol. Cerré los ojos y fijé toda mi atención a los vibrantes cánticos que los pajarillos que habían adoptado aquel magnifico árbol como condominio de lujo me brindaban, en gran parte para desviar mi atención al insoportable dolor que sentían mis brazos. No sé cuánto tiempo estuve ahí escuchando las erráticas sinfonías de los emplumados inquilinos, pudieron haber sido segundos o pudieron haber sido siglos, pero cuando por fin recuperé la compostura abrí los ojos solo para ser recibido por unos grandes ojos cafés observándome con curiosidad.

-Estás en mi lugar -dijo una voz que me resultó familiar pero extraña a la vez.
-Lo siento... Alitzel, ¿verdad?. Me tiré en el primer lugar con sombra que econ-
-Estás en mi lugar -reafirmó tajante, interrumpiendo mi intento de excusa.
De repente el orgullo decidió intervenir en la discusión:
-Disculpa, no estaba enterado de que se podían apartar lugares en este parque -dije, un tanto irritado.
Su expresión confundida me indicó que no esperaba una respuesta de ese tipo, y después de un rato solo respondió resignada: -Esta bien, puedo compartirlo, pero ten más cuidado la próxima vez.
-¿Gracias? -respondí, auténticamente sorprendido.
Todo se sumió en un silencio absoluto, hasta los pájaros que hacía meros segundos cantaban tan alegremente. Ella solo se limitó a sentarse junto a mí, mientras sacaba su libro y se disponía a leer nuevamente.
-El Principito. ¿Te está gustando? -le pregunté, en parte para romper el incomodísimo silencio y en parte por sincera curiosidad.
-Sí, mucho. Es mi libro favorito de hecho. Lo leo cuando no tengo nada más que leer -replicó.
-Nunca lo he leído, ni siquiera sé de qué se trata -respondí un tanto apenado.
-Te lo podría prestar cuando lo acabe -dijo, con una voz honesta- Estoy seguro que te gustará. Todos los que lo han leído me lo han dicho.
-Me parece perfecto -dije, con una sonrisa- Muchas gracias.
-¿Te falta mucho para acabar de pintar la reja? -preguntó, dejando a un lado su libro y volteándome a ver.
-No demasiado, pero se me acabó la pintura y tuve que ir a comprar otro bote. Aunque me parece que no lo pensé muy bien. -respondí con extrema sinceridad mientras volteaba a ver el desmesurado bote.
-Me parece que no, pero por lo menos ya estás por llegar -musitó, mientras dirigía una mirada calculadora al zaguán.
-Si, debería de volver a mi casa y acabar la reja. Tengo que terminarla hoy, se lo prometí a mi madre. Aunque estoy agotado, daría lo que fuera por acabarla mañana -le confesé mientras miraba directamente sus grandes ojos cafés.
-Sí, deberías. Y a decir verdad, yo no creo que la lluvia te permita acabar de pintar la reja hoy, así que no me preocuparía si fuera tú -dijo con serenidad.
-¿Lluvia? -pregunté totalmente desconcertado -Hace más de 2 meses que  no llueve y el cielo está completamente despejado. No creo que llueva hoy.
-Te equivocas. Hoy va a llover -respondió de nuevo, llena de seguridad.
-¿Cómo puedes saber que hoy va a llover? -pregunté un poco irritado pues me parecía que solo estaba buscando jugar conmigo.
-Es solo una corazonada -respondió, mientras en su boca se dibujaba una gran sonrisa. La primera que jamás le había visto.
No habían pasado ni 5 segundos cuando sentí una ráfaga de viento helado soplar sobre mi nuca, y cuando voltee en esa dirección me recibió un retrato inesperado: un manto gigantesco de nubes grises que parecía estaban compitiendo para ver cual llegaba primero a nuestra ubicación. Me quedé paralizado viendo esta carrera atmosférica, iguales partes maravillado e hipnotizado. Solo hasta que la primera gota de lluvia cayó sobre mi mejilla pude despertarme de ese sueño etéreo.
-Nos vemos luego- se despidió mientras se levantaba presurosa.
Miles de pensamientos cruzaron por mi mente, pero uno resaltó sobre de todos.
-Alitzel, ¿cuál es tu apellido? -pregunté con prisa, al momento que ella se echaba a correr en dirección opuesta a la mía, seguro de que no iba a responderme.
-Cháak -gritó mientras huía hacía donde fuera que estuviera yendo.
¿Cháak? No tenía ni la más mínima idea de lo que eso significara, pero ya no tuve oportunidad de preguntarle nada, se había esfumado.

Súbitamente, la lluvia comenzó a caer con una fuerza que jamás había visto antes, así que olvidé el bote de pintura junto al flamboyán y corrí  hacía mi casa a toda velocidad. Crucé el zaguán a saltos y atravesé la puerta. Estaba empapado pero no tenía tiempo de secarme. Entré al estudio y mis ojos se fijaron el librero. Me acerqué a él, recorrí los lomos de los libros con premura y al cabo de 10 segundos encontré lo que estaba buscando: un diccionario maya-español. Abrí el diccionario en la letra C, y por fin, después de lo que me pareció una eternidad llegué a la palabra que tenía tatuada en la mente. En ese momento leí, al mismo tiempo que una sonrisa se dibujaba en mis propios labios:


CHÁAK: Lluvia.

martes, 2 de diciembre de 2014

Máscaras




Encapuchados, enmascarados, tapados.

Palabras muy de moda en los medios de comunicación y en las redes sociales. Escuchar estas tres palabras automáticamente nos trae a la mente vidrios rotos, graffitis y bombas molotov. Radicales, anarquistas y extremistas. Enfrentamientos violentos, pedradas a discreción y puertas históricas incendiándose. Gas lacrimógeno, macanas y cascos anti-motines. En resumen, se nos presenta una imagen de devastación y violencia causada por un vandalismo pusilánime, rábido y desbocado. Y esa imagen nadie la puede debatir, las pruebas están ahí: esparcidas por latas de aerosol sobre muros de edificios históricos, hechas añicos junto a los vidrios de los locales comerciales ubicados sobre Av. Reforma, adentro del esqueleto calcinado de los automóviles consumidos más por la rabia que por el mismo fuego y en los mismos policías que resultan heridos acatando las órdenes que sus superiores les dan para tratar de "mantener la paz".

Uno podría inquirir muchas cosas sobre los encapuchados: ¿Quienes son? ¿Qué los motiva? ¿Por qué actúan de esa forma?¿Hay alguien detrás de ellos? Todas preguntas muy válidas, pero a final de cuentas, preguntas subjetivas, que nadie puede responder con certeza salvo ellos mismos. Lo único certero es que no hay justificación que valide ese tipo de actos en una civilización que se haga llamar justamente eso: civilizada, y me parece que hasta aquí la gran mayoría podrá estar de acuerdo con lo que estoy escribiendo. También seguramente se estarán preguntando: ¿A donde chingados vas con esto?

Y pues aquí está la cuestión: Hay que darnos cuenta de que no es necesario tener un pañuelo cubriéndote el rostro para ser un enmascarado.

¿Qué no Abarca era un sub-humano enmascarado de político a final de cuentas?

¿A poco mostar a 40 personas lanzando petardos a un grupo de granaderos, sobre decenas, tal vez cientos de miles de personas manifestando sus demandas en forma pacífica en tu noticiario estelar no cuenta como enmascarar la realidad?

¿Arrestar a 11 personas bajo cargos muy graves solo para que estos sean retirados a la semana por falta contundente de pruebas no es enmascarar la ineptitud de nuestros cuerpos policiales?

Un evidente conflicto de intereses involucrando al mismo presidente de la república, solo para que salga su esposa a zanjar el asunto espetándonos que todo fue fruto de su trabajo, cuando eso ni siquiera era lo que se reclamaba ni cuestionaba en primer lugar. Pero eso no es enmascarar, ¿cierto?

El Gobierno nos exhorta a que nos quitemos las máscaras, y estoy totalmente de acuerdo, sin embargo es necesario que ellos hagan lo mismo. Pero pongámonos a pensar, si esto sucediera: ¿quién saldría perjudicado realmente?



jueves, 28 de agosto de 2014

Fragmentos (Borrador)


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La oscuridad lo envolvía. Había pasado ya mucho tiempo desde que encontraba una pieza y ese pensamiento lo acosaba, de forma incansable, todas las noches antes de irse a dormir. Era especialmente molesto porque solamente le hacía falta una: la pieza central, que a final de cuentas también era la más importante de todas, pues él sabía que el rompecabezas carecería de sentido alguno hasta que esa pieza estuviera en su lugar.

Las misteriosas piezas aparecían de la nada, en los lugares y en los momentos menos esperados y parecían no tener ningún tipo de patrón. Por ejemplo, la primera de la que el tenía memoria, había logrado colarse de alguna manera en su bolsillo cuando conoció al que se convertiría en su mejor amigo, en la primaria. Otra pieza que recordaba distintivamente era la que encontró justo después de que recibiera su primer beso, a los 15 años, jugando verdad o reto en la fiesta de su vecina, o aquella ocasión en la que llegó a su casa, después de haber obtenido su título, para abrir el folder en el que este se encontraba y ser recibido por una minúscula pieza de rompecabezas postrada justo encima de su foto. Cada pieza tenía su historia, y como un cronista experto en su campo él recordaba todas y cada una de ellas, hasta el menor de los detalles, con una exactitud que hubiera sido envidiada hasta por un reloj suizo.

Y si bien era cierto que él no sabía de donde provenían ni por que, él continuaba recogiéndolas sin falla cuando estas llegaban a aparecer, con la esperanza de que tal vez terminado el rompecabezas súbitamente todo este asunto tuviera cuando menos una pizca de sentido.

Recorría estos pensamientos de forma sistemática, como ya había hecho infinidad de veces en un sin fin de noches anteriores, pero esta noche, ya sea por el extremo cansancio que sentía o por lo frustrante que resultaba todo este asunto, decidió dejar las formalidades y simplemente abrir los ojos para admirarlo por última vez antes de dormir. 


Fue recibido por la imagen de un cuarto en penumbras, con la excepción de un gigantesco rompecabezas enmarcado. Iluminado tenuemente por la luz de la farola que se filtraba por las cortinas, se erguía imponente pero a la vez vacío, y así seguiría hasta encontrar esa última pieza. Lo vio durante unos cuantos segundos, sin reacción alguna más que un melancólico suspiro, para volver después a su posición anterior: cómodamente refugiado entre sus cobijas y esperando conciliar el sueño; algo que finalmente, al cabo de unos minutos, logró realizar.

Ocho horas después, el sonido de una alarma repicando sin piedad lo obligó a despertarse. Abrió sus ojos, después de tallarlos vigorosamente y soltar lo que le pareció el bostezo más largo de la historia, fijó su vista sobre el rompecabezas como lo hacía cada mañana, y después de unos momentos se levantó para proseguir con su rutina matutina: 20 minutos de ejercicio, seguidos de una rápida ducha, un desayuno ligero y la parte que él más odiaba: colocarse el traje y la corbata. Cuando por fin estuvo listo, salió por la puerta principal, asegurándose de cerrarla correctamente antes de bajar los 6 pisos que había entre su departamento y la avenida. Saludó al portero, discutieron muy brevemente acerca del partido que había tomado lugar la noche anterior  y volvió a su trayecto. Caminó las 5 cuadras que lo separaban de la parada del autobús con sorprendente rapidez, y cuando por fin llegó a esta consultó su reloj, el cual marcaba las 8:44.


«Llegué temprano» pensó mientras echaba un vistazo a su alrededor, de la misma manera que ya acostumbraba desde hacía mucho tiempo, y ahí la encontró, parada en el mismo lugar de siempre.


De todas las personas que tomaban el camión a esa hora y en esa parada era ella a la que sin falta volteaba a ver en las mañanas, y él no tenía idea de por qué. Tal vez era el alegre sombrero amarillo que parecía portar con tanto orgullo, o posiblemente la forma en la que se paraba cruzada de brazos y golpeteando su pie rítmicamente contra el pavimento o la juguetona trenza con la cual arreglaba su oscura cabellera, pero fuese lo que fuese era muy efectivo; no había mañana en la que no la buscara en automático.


A las 8:50 en punto se detuvo enfrente de la parada el autobús que se dirigía hacia el centro. Desganado, esperó a que todas las personas lo abordaran, y, a regañadientes, lo abordó él también. El autobús iba relativamente vacío, pero parecía que esta mañana no encontraría un lugar donde sentarse. Volteó, desesperanzado, y para su sorpresa parecía haber un lugar libre, justo a la mitad del camión. Se apresuró para llegar a él antes de que el camión arrancara de nuevo y justo cuando parecía que se sentaría sin mayor problema el piso comenzó a moverse de forma brusca, haciéndolo perder el equilibrio y obligándolo a caer de sentón sobre el asiento vacío. Alarmado, volteó rápidamente a su izquierda mientras abría su boca para ofrecer una disculpa por su tosca maniobra, y justo cuando tomó aire para hablar fue recibido por un par de gigantescos ojos cafés y una pequeña trenza ladeada. 


Fue como si por un momento sus conexiones neuronales hicieran corto circuito, impidiéndole así poder hacer cualquier otra cosa que no fuera ver fijamente esos enormes ojos.


Él nunca sabrá exactamente cuánto tiempo pasó en este estado de congelación, bien podría haber sido por medio segundo o medio siglo, pero así permaneció hasta que un borroso sonido lo sacó de su trance.


-¿Qué? -preguntó al aire, desconcertado.

-Pregunté si estabas bien -le contestó la muchacha del sombrero amarillo.

Él asintió torpemente.

-Perfecto -respondió-. Deberías considerar practicar tu aterrizaje más seguido -dijo en tono de broma, mientras lo veía, esperando una respuesta.

Atolondrado y desconcertado intentó pronunciar una respuesta, pero su cerebro decidió jugarle una mala pasada y lo único con lo que pudo responder fue con un torpe balbuceo sin sentido.

La chica del sombrero amarillo ahogó una pequeña risa, y parecía seguir esperando una respuesta, pero al fin, cuando esta no llegó volvió a dirigir la mirada de regreso al libro abierto que yacía entre sus manos.

Aún desconcertado, como un venado lampareado en medio de un cruce carretero, decidió dejar las cosas como estaban.
Se cruzó de brazos, y no hizo nada salvo esperar a que el camión llegara a su destino, sin atreverse a hacer otro movimiento o decir algo para no extender su ridículo aún más. De vez en cuando lanzaba una mirada furtiva a su acompañante de asiento, pero lo único que consiguió fue averiguar el nombre del libro que ella estaba leyendo; un libro del que nunca había oído hablar en su vida y con un título que francamente le pareció demasiado largo.

Después de lo que posiblemente fue la media hora más larga de su vida, el autobús se detuvo en la parada en la que ella siempre descendía y él, presuroso, se hizo a un lado para que ella pudiera bajar.


-Gracias- dijo ella, mientras intentaba colarse a la fila de personas que también descendían ahí.


-No hay problema- respondió él, casi inaudible.


Cuando por fin sus oídos captaron el sonido de las puertas cerrándose, soltó un suspiro de alivio mientras cerraba los ojos y aflojaba el cuerpo. Faltaban aproximadamente 15 minutos más hasta que llegara a su parada, y el camión se había vaciado, así que se dispuso a permanecer en este estado, tratando de despejar su mente, y al cabo de 15 minutos exactos el camión comenzó a frenar, al mismo tiempo que él abría los ojos. Lanzó una mirada por la ventana y confirmó que ya había llegado a su destino, pero justo cuando se dispuso a bajar, con el rabillo del ojo divisó algo que le llamó la atención, justo sobre el asiento donde se había sentado la chica del sombrero amarillo: una pequeña pieza de rompecabezas. Incrédulo, se apresuró a tomarla y a bajarse del camión, antes de que este volviera a arrancar.

Si bien, usualmente sus jornadas laborales no eran demasiado productivas, ese día su lista de pendientes ni se enteró de que alguien se había presentado a trabajar. Las 8 horas que duró bien pudieron haber sido 18, y aún así no habría logrado avanzar nada en sus deberes. La única cosa en su mente durante toda esa jornada fue la pequeña pieza que se encontraba en su bolsillo derecho. En cuanto el reloj de pared marcó las 6 en punto, salió a toda prisa hacia la parada del camión, para poder regresar a casa cuanto antes y poder completar, de una vez por todas el dichoso rompecabezas.

Bajó en su parada y llegó hasta su departamento casi en automático, pues su mente se encontraba ausente, y no fue hasta que se encontró enfrente del gigantesco rompecabezas que volvió en sí. Quitó con cuidado la gran cubierta de cristal, sacó con precaución la pequeña pieza de su bolsillo y prosiguió a hacerla embonar en el hueco faltante, pero al cabo de un par de intentos había descubierto un pequeño problema: esa pieza no estaba hecha para llenar ese espacio.

Triste, se dejó caer sobre su cama, y no pudo hacer otra cosa salvo observar el rompecabezas. Por su mente desfilaban diferentes ideas para poder explicarse lo que había sucedido, pero ninguna le parecía lo suficientemente coherente: ¿Habría sido una cruel broma? Estaba seguro que nadie sabía de la existencia del rompecabezas. ¿Tal vez una mera coincidencia? Se le hacía muy poco probable que alguien casualmente llevara una pieza de rompecabezas en el bolsillo y que de todas las personas en ese camión él la fuera a encontrar. Finalmente, llegó a la conclusión que no tenía una conclusión, y decidió irse a dormir, pues el día ya se había alargado demasiado.

Anunciada por el despertador, la mañana siguiente llegó y muy a su pesar, también la repudiada rutina matutina. Sin saber de dónde exactamente, consiguió la fuerza de voluntad suficiente para levantarse y poder realizarla toda de cabo a rabo, incluidos el traje y la corbata. Sin algún motivo en particular, guardó la pieza que no encajaba dentro de su bolsillo, salió de su departamento, más por inercia que por otra cosa, y retomó su camino. No se molestó en saludar al portero, ni tampoco de voltear a ver si el clima iba a ser agradable; siguió caminando lentamente hacia la parada, con la mirada clavada en el piso delante suyo, y la mente flotando sin control a lo largo de un furioso río de frustración y obsesión. Cuando por fin arribó a la parada del camión, decidió consultar su reloj, el cual marcaba las 8:53.

«Tendré que esperar al camión de las 9» se dijo a si mismo. Realmente no le importaba llegar tarde a su trabajo, así que recargó su espalda en una de las columnas que sostenían el techo de la parada y dirigió su mirada a los alrededores. Tal como él esperaba, la parada estaba prácticamente vacía salvo por un par de personas que no recordaba haber visto con anterioridad. Cerró sus ojos, como para alejarse de ese lugar cuando menos por un breve momento, y así estuvo, aislado dentro de él mismo, hasta que sintió tres suaves golpeteos sobre su hombro izquierdo. Abrió los ojos, giró la cabeza y en seguida cruzó miradas con un gigantesco par de ojos cafés que le resultaron muy familiares.

-Hola -Dijo la chica.

En esta ocasión no llevaba ningún sombrero ni ninguna trenza: su cabello estaba un poco enmarañado aún y el vestido rosa que traía puesto era relativamente sencillo comparado con la vestimenta habitual que ella solía utilizar. Era evidente que se le hizo tarde, y aún con las prisas no logró tomar el camión de las 8:50. Aún así, le pareció que la chica se veía deslumbrante, aún más que en otras ocasiones.

-Hola -respondió él, mientras esbozaba una tímida sonrisa. No sabía si eran los nervios, o simplemente estaba distraído con la belleza de la chica, pero todo el fiasco del día anterior se le había borrado de la mente.

-¿También se te hizo tarde? -preguntó ella.
-Si, un poco. La verdad no me fijé en la hora. ¿A ti qué te pasó? -preguntó él.
-No escuché la alarma. Ya tenía tiempo que no me pasaba -suspiró.
-Bueno, siempre somos muy puntuales. No creo que 10 minutos de retardo sean tan graves -respondió con una sonrisa.
-Si, no creo que sean tan malos. Esperemos nuestros jefes piensen igual que nosotros -dijo ella, sonriendo también.

Así, la plática siguió hasta que el camión de las 9 los interrumpió. Y pasaron los camiones de las 9:10, 9:20 y 9:30, pero la parada no dejó de estar ocupada. Fue el camión de las 9:40 el que por fin los vio abordar.

Después de 25 minutos de viaje, que bien podrían haber sido solo segundos, el camión se aproximaba a la parada donde la chica se bajaba todos los días, marcando así el final de la conversación.

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-Estuvo muy divertida la plática.
-Si, deberíamos de llegar tarde más seguido.
-Definitivamente. Por cierto, antes de que se me olvide, creo que ayer se te cayó esto -dijo, mientras sacaba un pequeño objeto de su bolsa. Lo postró sobre la palma de su mano: Una pequeña pieza de rompecabezas.
-Lo encontré dentro de mi bolsa ayer. Supuse que se te había caído mientras te tropezaste cuando te sentabas. ¿Si es tuyo?
-Si, me parece que si. ¿A ti no se te cayó esto ayer? -dijo mientras sacaba la pieza que él había encontrado.

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¿Mismo lugar, misma hora?
Mismo lugar, misma hora.

Cerró los ojos, y lentamente se fue perdiendo en sus pensamientos, aunque hubo uno que permaneció constante mientras perdía la conciencia: No iba a tener que seguir esperando esa pieza faltante nunca más.



martes, 6 de mayo de 2014

Pensamiento Nocturno



Me agrada la noche. Es un momento mágico, casi místico, en el cual estamos en nuestro estado más vulnerable. Es el mejor tiempo para platicar con tus amigos, escuchar música, leer y, en la humilde opinión de este imberbe (figurativamente hablando, claro está) escritor, el momento más perfecto para simplemente sentarte a pensar.

Claro está, somos seres racionales. Pensar está en nuestra naturaleza (por más que cueste creerlo) y es una acción que realizamos 24/7, a todas horas y en todos lados. Pero los pensamientos nocturnos son... diferentes. Especiales. Únicos.

¿Qué por qué digo que los pensamientos nocturnos son diferentes?

Para mí, no hay un momento más puro que el estar solo, sumido en un total silencio. La noche y su sigilo se encarga de eliminar las distracciones que, furtivamente, nos distraen a lo largo del día, permitiendo así a ese curioso órgano al que llamamos cerebro realizar su función primaria: Pensar. Y no solo pensar, sino pensar realmente.

Esa decisión laboral que pareciera que es de tal magnitud que podría decidir el destino del mundo entero, esa revoloteante y juguetona sensación de no tener ni la menor idea si le gustas o no a esa cierta persona, ese escalofrío recorriendo tu espina dorsal en el momento que te das cuenta que la respuesta del examen no pudo haber estado más mal, esa pequeña duda de saber que será de la persona con la que chocaste en la calle mientras caminabas en una avenida muy transitada. Todos esos son pensamientos que todo el mundo ha tenido cuando menos alguna vez. Y sin embargo, pensar todas estas cosas de nuevo, sin nada más que el sonido del viento golpeando en tu ventana para hacerte compañía... Es una experiencia totalmente nueva. Es realmente increíble la capacidad de razonamiento que tenemos cuando se aprovecha al máximo.

Y ahora me encuentro aquí, tecleando cuasimelodiosamente esta breve entrada, dándome cuenta de algo que siempre he sabido, en un raro pseudo déjà-vu.

En fin, no se cuantas decisiones que han modificado mi vida en gran medida he realizado en las altas horas de la madrugada, y tengo una menor idea aún de cuantas están por venir, pero hasta ahora puedo decir que la noche no me ha decepcionado. Y probablemente nunca lo hará.

martes, 22 de abril de 2014

Cluttered.


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Sus pasos resuenan a través del pasillo sin fin, con el estruendo peculiar que lo caracterizaba, acompañados por el rítmico sonido del hermoso reloj de pulso recubierto en oro que llevaba consigo. Súbitamente, los pasos se detienen.

¿La razón? Una puerta.

La puerta podría haber sido cualquier puerta que se pudieran imaginar: blanca con pintorescas grecas en color azul marino y rojo o una gran puerta de roble embarnizada con detalles gravados en la madera por manos con un pulso que hasta el más habilidoso cirujano envidiaría o quizá una fría y áspera puerta de metal sin ningún tipo de detalle, esperando a la persona que fuera a cruzarle, casi retándola.

El hombre piensa en entrar al cuarto, sin saber que le espera dentro, pero sin sentir inquietud alguna por este hecho. Sabe dentro de si qué no hay ningún peligro detrás de esa puerta, y aún así duda durante un momento si debe o no atravesarla.

Cuando por fin decide cruzar el umbral es recibido por lo que parece ser un gigantesco cuarto, lleno de anaqueles, estantes, libreros, roperos, closets, cajones y alacenas, apiladas todo de una forma que prácticamente no permitiría a nadie pasar entre ellos. Sobre estos se encuentran todo tipo de cosas: televisiones rotas, libros empolvados, trofeos oxidados, placas conmemorativas opacas, camisas roídas por algún animal que allí habitase y a lo lejos alcanzó a divisar incluso lo que parecía ser un tigre disecado en una pose muy amenazadora.

Durante unos cuantos minutos, que bien podrían haber sido días, el hombre analiza el contenido del cuarto, tratando de encontrar lo que había venido a buscar, pero finalmente, sin un resultado positivo.

El hombre da entonces media vuelta para cruzar la puerta de regreso y se da cuenta de que la pared ya no se encuentra allí. En vez de esto, es recibido por la escena anteriormente descrita: cosas apiladas sobre más cosas, hasta donde el ojo alcanza a ver.

El hombre solamente se encoge de hombros y se sienta en una mecedora a la que le falta un descansabrazos, para analizar  las opciones que ahora tenía.

Después de un tiempo, el hombre decide levantarse y decide hacer la única cosa que un ser humano racional y coherente haría en esa situación: Ordenar el cuarto y así tratar de buscar la pared perdida y, con un poco de suerte, el objeto que lo arrastró hasta aquí en primer lugar.

Y así, el hombre fue apilando cosas, separadas por innumerables categorías y así, poco a poco limpiando el desorden a su alrededor.

Uno bien pensaría que al cabo de un rato el hombre estaría harto de esta tediosa tarea, pero extrañamente, parecía ser lo contrario: el hombre organizaba y limpiaba cada vez con mayor eficiencia, aparentemente alimentado solamente por la voluntad que tenía de encontrar lo que había venido a buscar.

Zapatos, audífonos, clavos, paraguas; nada tenía trato preferencial y eran arrojados por igual en el lugar a donde pertenecían y sin ningún rastro de remordimiento.

El ordenado torbellino fue así expandiéndose a lo largo de todo el cuarto, sin piedad, llevándose todo a su paso, quien sabe durante cuanto tiempo: horas, días, años o siglos enteros.

Finalmente, el hombre terminó su tarea, y el preciado objeto seguía sin aparecer.

El hombre consideró sus opciones, y eligió de nuevo la más coherente: revisar todas las cosas que ya había ordenado con anterioridad, pues seguramente, en su apresuramiento, había sin duda pasado por alto lo que estaba buscando.

Y así pues, el hombre fue analizando uno a uno todos los objetos.

Uno tras otro, los objetos pasaban por sus manos, pero ninguno era el que el quería. Este singular ciclo se repitió una y otra y otra vez, durante una infinidad de veces, y una vez más, hasta que el hombre se dio cuenta que el preciado objeto no iba a aparecer.

La ira fue invadiendo la mente del hombre, como una horda de bárbaros atravesando un país pacífico,  y en súbito ataque de locura, desesperación, frustración e impotencia el hombre lanzó el objeto que tenía en la mano en ese momento, una botella, hasta donde su fuerza se lo permitió.

La reacción en cadena fue casi instantánea: el hombre fue arrasando con su propia obra: todas las ahora ordenadas torres de objetos fueron cayendo, una a una, para dar lugar a una verdadera maraña de cosas que no tenían ni pies ni cabeza.

El ataque de ira no terminó hasta que el hombre estuvo seguro que ya no había ninguna torre en pié, y exhausto, se postró en la misma mecedora en la qué se había sentado por primera vez, en un escenario muy similar al de la primera vez.

El hombre intentó pensar en una solución para su problema, pero era interrumpido cada segundo por el tic y por el tac del reloj de oro que milagrosamente aún llevaba consigo. Harto, el hombre lanzó el reloj con todas sus fuerzas hacia el suelo, instantáneamente haciendo añicos la carátula, y dejándolo inservible para siempre.

Después de esto, el hombre perdió la motivación de hacer cualquier cosa, y simplemente se desplomó sobre la mecedora y no se movió de ahí jamás, sin importar lo incómoda que esta fuese. La miseria que sintió el hombre fue tal que este eventualmente dejó de existir, desapareciendo, cual fantasma, del cuarto y de la realidad.

El cuarto permaneció sumido en un silencio total ya sin la presencia del hombre. El insoportable silenció duró hasta que el chirrido que harían unas bisagras viejas al abrirse decidió romperlo.

Un hombre diferente había entrado al cuarto.

El hombre observó prácticamente la misma escena que el hombre antes de él: los mismos anaqueles, estantes, closets. Las mismas televisiones, libros y hasta el mismo tigre amenazador. Todo, con excepción de un objeto que se encontraba directamente enfrente de él: un pequeño reloj de pulso recubierto en oro.

jueves, 13 de junio de 2013

Letras Pt.2

La Máquina

Creo que es justo decir que si en los últimos 6 meses no he escrito nada no debería de sorprenderme que esté oxidado. Pero al final las palabras no son nada sino aceite, y poco a poco los engranes van girando. Cierto, al inicio giran a una velocidad imperceptible, pero comforme cada gota de aceite fluye los engranes van entrando en ritmo y poco a poco esa máquina complejísima vuelve a la vida, ruidosa, implacable
y hambrienta.

Lo que esta máquina hace nadie sabe, tal vez su función no es más que hacer que la máquina funcione, por más extraño que esto suene. Pero sea lo que sea, la máquina lo está haciendo, y con creciente aceleración. La máquina está ansiosa por demostrar que era tan buena como antes, tal vez hasta mejor, y por eso mismo gira y gira con mayor rapidez, sin importarle, sin detenerse un segundo a pensar si esto la beneficia de algún modo.

La máquina pasó el punto de la vertiginosidad hace mucho ya, y aunque lo intento, no logro encontrar una palabra que siquiera comienze a describir la velocidad que ha alcanzado en este momento. Y a la máquina eso la tiene sin cuidado; todo su propósito radica en realizar su trabajo, y después de 6 meses de estar apagada ni siquiera contempla la posibilidad de detenerse y a decir verdad no hay indicios de que esto vaya a pasar pronto.

miércoles, 12 de junio de 2013

Letras Pt.1

Causal y caudal

Sinceramente, mi mente está hecha un revoltijo de pensamientos, sentimientos e ideas en este momento. Me resulta casi imposible tratar de escribir dos oraciones coherentes seguidas, y no tengo ni la más puñetera idea de por qué. Para mi la escritura es un modo para poder tener claridad, un desahogo, una forma de poner  todos tus pedos en perspectiva y entonces cuando no puedo hilvanar más de 5 palabras sin que me suenen a una aberración textual del más alto calibre, ahí es cuando comienzo a desesperarme.

Y porque cada momento sin desahogo es un momento más de incertidumbre, la desesperación comienza multiplicarse hasta que al final, como en el célebre caso del vaso con agua, acaba por no solo sobrepasar, sino pisotear burlonamente ese límite y derramar el contenido por todos lados.

Después, leyendo lo que he escrito hasta ahora me doy cuenta de que mi vaso hace mucho se convirtió en una represa que lleva sin atender más tiempo del debido y solo espera encontrar la más pequeña fisura en esta para liberar su furioso caudal, y sin remordimiento, arrasar todo a su paso, incluido yo.

martes, 11 de junio de 2013

Tiempo



La escena habitual: Una pared y una cantidad infinita de relojes de todos tipos. Todos los relojes marcan la misma hora, y con perfecta sincronía, mueven sus manecillas como si fueran uno solo. Ninguno se atreve a romper el equilibrio, como si esto fuera algo inconcebible. Esa es la forma en la que debe de ser, y todos lo saben. "¿Quién lo dispuso así?" y "¿Por qué?" son preguntas que nunca han pasado por su cabeza, y los relojes no se preocupan por esto, pues al fin y al cabo son solo eso, relojes.

Y esto me pone a pensar: ¿Qué pasaría si un reloj quisiera un cambio? ¿Qué pasaría si un reloj simplemente decidiera no ir al mismo ritmo que sus congéneres?

Tal vez solo le lanzarían miradas despectivas por atreverse a cambiar el ciclo y volverían a sus asuntos. Pero tal vez los otros relojes lo verían estupefactos, y en su confusión ellos mismos perderían el ritmo, lo cual a su vez traería como consecuencia una reacción en cadena con todos los relojes.

Tal vez todos los relojes tomarían el mismo ritmo de nuevo, y no pasaría nada al final; todo seguiría igual pero cambiado. Pero tal vez como cada reloj es diferente cada reloj impondría un ritmo único.

Tal vez el ritmo sería totalmente errático, una abominación para los relojes, los cuales al escucharlo mejor callarían, y esperarían la señal de un reloj para volver a su ritmo habitual, aunque tal vez ningún reloj se animaría a dar la orden y todos los relojes vivirían para siempre sumidos en silencio. Pero tal vez los diferentes ritmos de los relojes podrían dar pie a una majestuosa melodía, aún más bella que cualquiera de las más alocadas fantasías que los relojes jamás podrían haber tenido.

Tal vez después de esto los relojes se asustarían de lo que podría pasar si cambiaran su habitual forma de ser, volverían a su ritmo normal presurosos y nunca volverían a intentar nada así de nuevo. Pero tal vez después de escuchar una melodía tan bella los relojes empezarían a cuestionarse cosas.

Tal vez los relojes se conformarían con la linda canción que recién compusieron, y la volverían a repetir una y otra vez, volviendo así a donde empezaron. Pero tal vez los relojes se preguntarían si son capaces de algo más y empezarían con la búsqueda de una canción más hermosa que la anterior.

Tal vez los relojes no tendrían éxito después del primer intento y se rendirían. Pero tal vez los relojes serían perseverantes y lo lograrían después de incontables intentos, y después de eso, idearían una tonada aún más bella que la encontrada con anterioridad.

Tal vez, al final, los relojes vivirían así, tratando de crear obras nuevas y mejores que las pasadas, en vez de pasar su vida atascados en un ritmo único.

Tal vez lo averigüemos un día.

Tal vez, cuando un reloj decida cambiar.

viernes, 29 de marzo de 2013

Chances


Chances - The Strokes

I waited for you
I waited for you
I waited on you
But now I don't

You didn't see it
I didn't see it
I didn't see it
But now, oh, I do

I play your game
I play your game
Now
I play your game
I play your game

I take my chances alone
Get on your horse and be gone
I will not wait up for you anymore
So you can ask me if something is wrong
Will you go?
I don't know anymore

When the night isn't ready for you
It's a feeling I know that dogs you
They invited a stewardess, too
Now they want you to see it
Here's to days he decides he's got time
And he claims that it's not a surprise
When he finds out the truth's on his side

I take my chances alone
Get on your horse and be gone
I will not wait up for you anymore
So you can ask me if something is wrong
Will you go?
I don't know anymore
I don't believe anyone
As they crawl out of my way

Waiting for the night
Leaving night by night
You can see me travel
We could be in trouble every night
We're having a new life

domingo, 3 de febrero de 2013

12:34




Son las 12:34 A.M. y me encuentro sentado, escuchando música y leyendo unas oraciones que más tardo en leer que en olvidar.

Mi mente nublada ya no puede idear un tema coherente sobre el cual escribir, y estoy demasiado cansado como para que me importe, y sin embargo sigo aquí. Aquí, tratando recordar como carajos era que se escribía pues parece que hacía años (¿O acaso eran semanas? ¿Días? ¿Segundos?) que no lo hago.

Puntos, letras, comas y acentos, todos se reúnen en un vórtice de confusión, que se mueve al vaivén de mis dedos, y cuando por fin el vórtice termina y regresa a mi interior, solo quedan sus destrozos plasmados en una hoja virtual.

El tiempo parece alentarse y mis párpados se vuelven cada vez más pesados, y aunque al inicio me resisto, al final cedo.

Cierro mis ojos y el mundo se oscurece al instante, su silueta vagamente iluminada por el sonido de la música en mis oídos. Imágenes cruzan por mis párpados, cada vez más reales y a la vez menos nítidas, y yo me encuentro ahí, extasiado por la visión frente a mi. Mis pies se despegan del suelo contra mi voluntad, y soy arrastrado por una fuerza irresistible, fuera de la ventana del cuarto, hacía adelante. No puedo hacer nada salvo dejarme llevar por la corriente, flotando totalmente a su merced y esperando que me lleve a algún lugar mejor.

...

Las imágenes y el viaje se interrumpen, para dar paso a una pantalla de computadora frente a mi rostro. La pantalla está iluminada, aunque no hay nada en ella, aparentemente. Nada, salvo un editor de textos abierto (aunque en realidad el único texto en el son letras elegidas al azar, sin ninguna coherencia) y un pequeño reloj digital en la esquina superior derecha. El reloj cumple su trabajo a la perfección, y marca la hora:

12:34 A.M.