jueves, 28 de agosto de 2014

Fragmentos (Borrador)


------------------------------------------------------------------------------------------------------------

La oscuridad lo envolvía. Había pasado ya mucho tiempo desde que encontraba una pieza y ese pensamiento lo acosaba, de forma incansable, todas las noches antes de irse a dormir. Era especialmente molesto porque solamente le hacía falta una: la pieza central, que a final de cuentas también era la más importante de todas, pues él sabía que el rompecabezas carecería de sentido alguno hasta que esa pieza estuviera en su lugar.

Las misteriosas piezas aparecían de la nada, en los lugares y en los momentos menos esperados y parecían no tener ningún tipo de patrón. Por ejemplo, la primera de la que el tenía memoria, había logrado colarse de alguna manera en su bolsillo cuando conoció al que se convertiría en su mejor amigo, en la primaria. Otra pieza que recordaba distintivamente era la que encontró justo después de que recibiera su primer beso, a los 15 años, jugando verdad o reto en la fiesta de su vecina, o aquella ocasión en la que llegó a su casa, después de haber obtenido su título, para abrir el folder en el que este se encontraba y ser recibido por una minúscula pieza de rompecabezas postrada justo encima de su foto. Cada pieza tenía su historia, y como un cronista experto en su campo él recordaba todas y cada una de ellas, hasta el menor de los detalles, con una exactitud que hubiera sido envidiada hasta por un reloj suizo.

Y si bien era cierto que él no sabía de donde provenían ni por que, él continuaba recogiéndolas sin falla cuando estas llegaban a aparecer, con la esperanza de que tal vez terminado el rompecabezas súbitamente todo este asunto tuviera cuando menos una pizca de sentido.

Recorría estos pensamientos de forma sistemática, como ya había hecho infinidad de veces en un sin fin de noches anteriores, pero esta noche, ya sea por el extremo cansancio que sentía o por lo frustrante que resultaba todo este asunto, decidió dejar las formalidades y simplemente abrir los ojos para admirarlo por última vez antes de dormir. 


Fue recibido por la imagen de un cuarto en penumbras, con la excepción de un gigantesco rompecabezas enmarcado. Iluminado tenuemente por la luz de la farola que se filtraba por las cortinas, se erguía imponente pero a la vez vacío, y así seguiría hasta encontrar esa última pieza. Lo vio durante unos cuantos segundos, sin reacción alguna más que un melancólico suspiro, para volver después a su posición anterior: cómodamente refugiado entre sus cobijas y esperando conciliar el sueño; algo que finalmente, al cabo de unos minutos, logró realizar.

Ocho horas después, el sonido de una alarma repicando sin piedad lo obligó a despertarse. Abrió sus ojos, después de tallarlos vigorosamente y soltar lo que le pareció el bostezo más largo de la historia, fijó su vista sobre el rompecabezas como lo hacía cada mañana, y después de unos momentos se levantó para proseguir con su rutina matutina: 20 minutos de ejercicio, seguidos de una rápida ducha, un desayuno ligero y la parte que él más odiaba: colocarse el traje y la corbata. Cuando por fin estuvo listo, salió por la puerta principal, asegurándose de cerrarla correctamente antes de bajar los 6 pisos que había entre su departamento y la avenida. Saludó al portero, discutieron muy brevemente acerca del partido que había tomado lugar la noche anterior  y volvió a su trayecto. Caminó las 5 cuadras que lo separaban de la parada del autobús con sorprendente rapidez, y cuando por fin llegó a esta consultó su reloj, el cual marcaba las 8:44.


«Llegué temprano» pensó mientras echaba un vistazo a su alrededor, de la misma manera que ya acostumbraba desde hacía mucho tiempo, y ahí la encontró, parada en el mismo lugar de siempre.


De todas las personas que tomaban el camión a esa hora y en esa parada era ella a la que sin falta volteaba a ver en las mañanas, y él no tenía idea de por qué. Tal vez era el alegre sombrero amarillo que parecía portar con tanto orgullo, o posiblemente la forma en la que se paraba cruzada de brazos y golpeteando su pie rítmicamente contra el pavimento o la juguetona trenza con la cual arreglaba su oscura cabellera, pero fuese lo que fuese era muy efectivo; no había mañana en la que no la buscara en automático.


A las 8:50 en punto se detuvo enfrente de la parada el autobús que se dirigía hacia el centro. Desganado, esperó a que todas las personas lo abordaran, y, a regañadientes, lo abordó él también. El autobús iba relativamente vacío, pero parecía que esta mañana no encontraría un lugar donde sentarse. Volteó, desesperanzado, y para su sorpresa parecía haber un lugar libre, justo a la mitad del camión. Se apresuró para llegar a él antes de que el camión arrancara de nuevo y justo cuando parecía que se sentaría sin mayor problema el piso comenzó a moverse de forma brusca, haciéndolo perder el equilibrio y obligándolo a caer de sentón sobre el asiento vacío. Alarmado, volteó rápidamente a su izquierda mientras abría su boca para ofrecer una disculpa por su tosca maniobra, y justo cuando tomó aire para hablar fue recibido por un par de gigantescos ojos cafés y una pequeña trenza ladeada. 


Fue como si por un momento sus conexiones neuronales hicieran corto circuito, impidiéndole así poder hacer cualquier otra cosa que no fuera ver fijamente esos enormes ojos.


Él nunca sabrá exactamente cuánto tiempo pasó en este estado de congelación, bien podría haber sido por medio segundo o medio siglo, pero así permaneció hasta que un borroso sonido lo sacó de su trance.


-¿Qué? -preguntó al aire, desconcertado.

-Pregunté si estabas bien -le contestó la muchacha del sombrero amarillo.

Él asintió torpemente.

-Perfecto -respondió-. Deberías considerar practicar tu aterrizaje más seguido -dijo en tono de broma, mientras lo veía, esperando una respuesta.

Atolondrado y desconcertado intentó pronunciar una respuesta, pero su cerebro decidió jugarle una mala pasada y lo único con lo que pudo responder fue con un torpe balbuceo sin sentido.

La chica del sombrero amarillo ahogó una pequeña risa, y parecía seguir esperando una respuesta, pero al fin, cuando esta no llegó volvió a dirigir la mirada de regreso al libro abierto que yacía entre sus manos.

Aún desconcertado, como un venado lampareado en medio de un cruce carretero, decidió dejar las cosas como estaban.
Se cruzó de brazos, y no hizo nada salvo esperar a que el camión llegara a su destino, sin atreverse a hacer otro movimiento o decir algo para no extender su ridículo aún más. De vez en cuando lanzaba una mirada furtiva a su acompañante de asiento, pero lo único que consiguió fue averiguar el nombre del libro que ella estaba leyendo; un libro del que nunca había oído hablar en su vida y con un título que francamente le pareció demasiado largo.

Después de lo que posiblemente fue la media hora más larga de su vida, el autobús se detuvo en la parada en la que ella siempre descendía y él, presuroso, se hizo a un lado para que ella pudiera bajar.


-Gracias- dijo ella, mientras intentaba colarse a la fila de personas que también descendían ahí.


-No hay problema- respondió él, casi inaudible.


Cuando por fin sus oídos captaron el sonido de las puertas cerrándose, soltó un suspiro de alivio mientras cerraba los ojos y aflojaba el cuerpo. Faltaban aproximadamente 15 minutos más hasta que llegara a su parada, y el camión se había vaciado, así que se dispuso a permanecer en este estado, tratando de despejar su mente, y al cabo de 15 minutos exactos el camión comenzó a frenar, al mismo tiempo que él abría los ojos. Lanzó una mirada por la ventana y confirmó que ya había llegado a su destino, pero justo cuando se dispuso a bajar, con el rabillo del ojo divisó algo que le llamó la atención, justo sobre el asiento donde se había sentado la chica del sombrero amarillo: una pequeña pieza de rompecabezas. Incrédulo, se apresuró a tomarla y a bajarse del camión, antes de que este volviera a arrancar.

Si bien, usualmente sus jornadas laborales no eran demasiado productivas, ese día su lista de pendientes ni se enteró de que alguien se había presentado a trabajar. Las 8 horas que duró bien pudieron haber sido 18, y aún así no habría logrado avanzar nada en sus deberes. La única cosa en su mente durante toda esa jornada fue la pequeña pieza que se encontraba en su bolsillo derecho. En cuanto el reloj de pared marcó las 6 en punto, salió a toda prisa hacia la parada del camión, para poder regresar a casa cuanto antes y poder completar, de una vez por todas el dichoso rompecabezas.

Bajó en su parada y llegó hasta su departamento casi en automático, pues su mente se encontraba ausente, y no fue hasta que se encontró enfrente del gigantesco rompecabezas que volvió en sí. Quitó con cuidado la gran cubierta de cristal, sacó con precaución la pequeña pieza de su bolsillo y prosiguió a hacerla embonar en el hueco faltante, pero al cabo de un par de intentos había descubierto un pequeño problema: esa pieza no estaba hecha para llenar ese espacio.

Triste, se dejó caer sobre su cama, y no pudo hacer otra cosa salvo observar el rompecabezas. Por su mente desfilaban diferentes ideas para poder explicarse lo que había sucedido, pero ninguna le parecía lo suficientemente coherente: ¿Habría sido una cruel broma? Estaba seguro que nadie sabía de la existencia del rompecabezas. ¿Tal vez una mera coincidencia? Se le hacía muy poco probable que alguien casualmente llevara una pieza de rompecabezas en el bolsillo y que de todas las personas en ese camión él la fuera a encontrar. Finalmente, llegó a la conclusión que no tenía una conclusión, y decidió irse a dormir, pues el día ya se había alargado demasiado.

Anunciada por el despertador, la mañana siguiente llegó y muy a su pesar, también la repudiada rutina matutina. Sin saber de dónde exactamente, consiguió la fuerza de voluntad suficiente para levantarse y poder realizarla toda de cabo a rabo, incluidos el traje y la corbata. Sin algún motivo en particular, guardó la pieza que no encajaba dentro de su bolsillo, salió de su departamento, más por inercia que por otra cosa, y retomó su camino. No se molestó en saludar al portero, ni tampoco de voltear a ver si el clima iba a ser agradable; siguió caminando lentamente hacia la parada, con la mirada clavada en el piso delante suyo, y la mente flotando sin control a lo largo de un furioso río de frustración y obsesión. Cuando por fin arribó a la parada del camión, decidió consultar su reloj, el cual marcaba las 8:53.

«Tendré que esperar al camión de las 9» se dijo a si mismo. Realmente no le importaba llegar tarde a su trabajo, así que recargó su espalda en una de las columnas que sostenían el techo de la parada y dirigió su mirada a los alrededores. Tal como él esperaba, la parada estaba prácticamente vacía salvo por un par de personas que no recordaba haber visto con anterioridad. Cerró sus ojos, como para alejarse de ese lugar cuando menos por un breve momento, y así estuvo, aislado dentro de él mismo, hasta que sintió tres suaves golpeteos sobre su hombro izquierdo. Abrió los ojos, giró la cabeza y en seguida cruzó miradas con un gigantesco par de ojos cafés que le resultaron muy familiares.

-Hola -Dijo la chica.

En esta ocasión no llevaba ningún sombrero ni ninguna trenza: su cabello estaba un poco enmarañado aún y el vestido rosa que traía puesto era relativamente sencillo comparado con la vestimenta habitual que ella solía utilizar. Era evidente que se le hizo tarde, y aún con las prisas no logró tomar el camión de las 8:50. Aún así, le pareció que la chica se veía deslumbrante, aún más que en otras ocasiones.

-Hola -respondió él, mientras esbozaba una tímida sonrisa. No sabía si eran los nervios, o simplemente estaba distraído con la belleza de la chica, pero todo el fiasco del día anterior se le había borrado de la mente.

-¿También se te hizo tarde? -preguntó ella.
-Si, un poco. La verdad no me fijé en la hora. ¿A ti qué te pasó? -preguntó él.
-No escuché la alarma. Ya tenía tiempo que no me pasaba -suspiró.
-Bueno, siempre somos muy puntuales. No creo que 10 minutos de retardo sean tan graves -respondió con una sonrisa.
-Si, no creo que sean tan malos. Esperemos nuestros jefes piensen igual que nosotros -dijo ella, sonriendo también.

Así, la plática siguió hasta que el camión de las 9 los interrumpió. Y pasaron los camiones de las 9:10, 9:20 y 9:30, pero la parada no dejó de estar ocupada. Fue el camión de las 9:40 el que por fin los vio abordar.

Después de 25 minutos de viaje, que bien podrían haber sido solo segundos, el camión se aproximaba a la parada donde la chica se bajaba todos los días, marcando así el final de la conversación.

--------------

-Estuvo muy divertida la plática.
-Si, deberíamos de llegar tarde más seguido.
-Definitivamente. Por cierto, antes de que se me olvide, creo que ayer se te cayó esto -dijo, mientras sacaba un pequeño objeto de su bolsa. Lo postró sobre la palma de su mano: Una pequeña pieza de rompecabezas.
-Lo encontré dentro de mi bolsa ayer. Supuse que se te había caído mientras te tropezaste cuando te sentabas. ¿Si es tuyo?
-Si, me parece que si. ¿A ti no se te cayó esto ayer? -dijo mientras sacaba la pieza que él había encontrado.

--------------

¿Mismo lugar, misma hora?
Mismo lugar, misma hora.

Cerró los ojos, y lentamente se fue perdiendo en sus pensamientos, aunque hubo uno que permaneció constante mientras perdía la conciencia: No iba a tener que seguir esperando esa pieza faltante nunca más.