domingo, 3 de febrero de 2013

12:34




Son las 12:34 A.M. y me encuentro sentado, escuchando música y leyendo unas oraciones que más tardo en leer que en olvidar.

Mi mente nublada ya no puede idear un tema coherente sobre el cual escribir, y estoy demasiado cansado como para que me importe, y sin embargo sigo aquí. Aquí, tratando recordar como carajos era que se escribía pues parece que hacía años (¿O acaso eran semanas? ¿Días? ¿Segundos?) que no lo hago.

Puntos, letras, comas y acentos, todos se reúnen en un vórtice de confusión, que se mueve al vaivén de mis dedos, y cuando por fin el vórtice termina y regresa a mi interior, solo quedan sus destrozos plasmados en una hoja virtual.

El tiempo parece alentarse y mis párpados se vuelven cada vez más pesados, y aunque al inicio me resisto, al final cedo.

Cierro mis ojos y el mundo se oscurece al instante, su silueta vagamente iluminada por el sonido de la música en mis oídos. Imágenes cruzan por mis párpados, cada vez más reales y a la vez menos nítidas, y yo me encuentro ahí, extasiado por la visión frente a mi. Mis pies se despegan del suelo contra mi voluntad, y soy arrastrado por una fuerza irresistible, fuera de la ventana del cuarto, hacía adelante. No puedo hacer nada salvo dejarme llevar por la corriente, flotando totalmente a su merced y esperando que me lleve a algún lugar mejor.

...

Las imágenes y el viaje se interrumpen, para dar paso a una pantalla de computadora frente a mi rostro. La pantalla está iluminada, aunque no hay nada en ella, aparentemente. Nada, salvo un editor de textos abierto (aunque en realidad el único texto en el son letras elegidas al azar, sin ninguna coherencia) y un pequeño reloj digital en la esquina superior derecha. El reloj cumple su trabajo a la perfección, y marca la hora:

12:34 A.M.



No hay comentarios:

Publicar un comentario